Barbas Poéticas

ADELANTO | Los ángeles de la peste, un poemario que explora cómo vivir en una era de absurdos

28/03/2020 - 12:04 am

El músico, filósofo y escritor mexicano José Miguel Lecumberri establece en sus líneas una potente declaración de cómo existir en estos tiempos fársicos. Un paseo y una búsqueda entre las ruinas de nuestra existencia.

Además de un poemario, también podríamos decir que este es un libro de ensayos en verso o un conjunto de mordaces aforismos que exploran las contradicciones y los temores de una espiritualidad herida.

Ciudad de México, 28 de marzo (SinEmbargo).- Además de un poemario, también podríamos decir que Los ángeles de la peste es un libro de ensayos en verso o un conjunto de mordaces aforismos. Un libro que, a pesar de la dificultad que genera definirlo o explicarlo, está regido por el caos de la creación pura y desengranada.

Este conglomerado de textos explora las contradicciones y los temores de una espiritualidad herida. En sus líneas establece una potente declaración de cómo y por qué vivir (o no) en una era de absurdos. Es, al final, sólo un paseo y toda una búsqueda entre las ruinas de nuestra existencia.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento del poemario Los ángeles de la peste, de la mano del músico, filósofo y escritor mexicano José Miguel Lecumberri, y con epílogo de Lucero García Flores, editado por Quimera en co-producción con Barbas Poéticas. Cortesía otorgada bajo el permiso de Barbas Poéticas.

Aquí siempre tenemos alguna plaga paranormal.
A veces cuesta diferenciar quién está vivo y quién muerto.
KELLY LINK

Cuantos más demonios hay en nosotros, más posibilidades tenemos de convertirnos
en ángeles, porque los ángeles no son sino demonios arrepentidos.
NIKOS KAZANTZAKIS

Dejo pergamino para continuar este trabajo, por si alguien sobrevive y cualquiera
de la raza de Adán escapa a la peste y continúa la labor que yo he comenzado.
JOHN CLYN

 

***

EL RETRATO
Epílogo de Lucero García Flores

A falta de un verbo más preciso, he atestiguado la obra de J.M. Lecumberri durante casi una década. También he estudiado con detenimiento aquellos versos o párrafos que no fueron escritos en ese lapso. Sin un rumbo claro, quizá sin un propósito definido, he desmenuzado su literatura completa.

He observado las oleadas de furia y de nostalgia, de frustración y desencanto, que la recorren; los golpes de realidad que la han alimentado; la pus y la sangre que ha cobrado su pluma; las heridas que han quedado en su alma. He visto de cerca las saudades que inundan sus páginas, sus libros, su obra entera. He acompañado sus renglones, sí, a veces como coautora, a veces como editora, pero siempre como lectora empedernida.

Es por lo anterior que me atrevo a decir que conozco bien la escritura de Lecumberri, sus recovecos y sus entrañas. Sé de cierto que es imposible definirla, encasillarla, enjaularla. Sé que es poesía y no lo es, y es narrativa y no lo es, y es ensayo y no lo es. Sé que es lúcida y punzante, que no tiene miedo a decir, a nombrar, a escribirse. Sé que ostenta una rebeldía y una libertad que son difíciles de encontrar hoy en día, dentro o fuera del libro.

Sé decirles, también, que en la elección de sus palabras y en los cortes de sus versos uno se topa de frente con las mismas contradicciones que nos atormentan de noche; uno se duele de punzadas similares; uno encuentra que la vida entre sus letras es de una belleza y una oscuridad, que aunque resultan innombrables, conocemos demasiado bien.

En éstos, “Los ángeles de la peste”, última pieza del gran tótem que es la literatura lecumberriana, uno mira al abismo como si viera el espejo:

Las palabras emergen
Por la superficie
Del tiempo
Y se arrojan
Vacías
Al asfalto

Y entonces la respiración se halla entrecortada, el corazón late más despacio, la vista se nubla y nos vemos envueltos en una especie de filosofía en pedazos que, de pronto, se condensa y noquea del todo:

El amor nos destruye a todos
Democrática
Exquisitamente

Es tortura
Antes que nada
Y es nada ante todo

Pero también
Es lo absoluto
De esa nada queda
De ese todo hueco.

En sus líneas, los símbolos se enhebran como un collar místico y arcano. Las cruces, el fuego, la sangre, el vacío. En sus silencios, los dioses se lamentan por no tener un cuerpo humano para experimentar el deseo, el placer, el dolor y el amor que nos otorga la piel; ésos que yacen allá en el fondo de los órganos. En sus letras, la naturaleza irrumpe sin remedio. Y sí, aparecen las flores y su aroma, se anuncia el sol o los colores que devela; pero más aún es la noche y sus terrores, el mar iracundo e inclemente, el desastre y la putrefacción de lo que un día estuvo vivo y ahora es muerte, lo que se quema entre sus páginas.

Por otro lado, después de analizarlo con detenimiento, creo que puedo decir confiada que en este libro encuentro la mayor concentración de confesiones. La más amplia apertura de costillas para mostrar lo que hay adentro. El más prístino y sincero retrato de la penumbra que habita en las palabras del poeta:

De mis antepasados vascos heredé
Las facciones de piedra
El cuerpo robusto del lobo solitario
Y el placer por la sangre entre la lengua
Y los dientes

Hoy
Sumamente abatido
Reconozco la Cruz de mi linaje
Y el olvido de mi naturaleza

Soy
La intrascendencia encarnada

Me parezco más a mi padre muerto
Que al que era vivo

En este libro se destila, como bien dice Lecumberri, una espiritualidad nacida del asfalto, ungida por el olor a basura y vagabundos, y practicada en el caos; la esencia que ha adquirido el poeta en su camino. Y aunque es cambiante como el agua del río, también es definitiva.

I
Las aguas se convierten en sangre

La vida que vivo
Y la que nunca podré vivir
Se encuentran en un desierto
Inabarcable

Las palabras emergen
Por la superficie
Del tiempo
Y se arrojan
Vacías
Al asfalto

La sangre es el alma del poema
La rancia frescura de los dioses
Que aún nos miran
Sangrando miel
Sobre ridículas flores de tela

Soy quien no quiere ser
Grial de triste carne enloquecida
Cruz que conjura el dolor humano
El viejo palacio de Lucifer

Antigua serpiente que nace del oro
Y gime dentro de mi cráneo
Y espera la dulce melodía
De una lágrima
De plomo.

Dogén habla de la vacuidad (ku), como principio y final.
El agua fluye como la mente del monje zen. Se desvanece por igual
en movimiento y en quietud. Se vuelve cuerpo que precede
y es precedido por la no-mente: recinto de la raíz increada y del deseo.

Los dioses lloran
Se lamentan
Con su fuego
En que arden las brujas
Y se lamen los ojos
En largos corredores
Donde la sangre fluye libre
Como agua turbia de flores
Sobre una tumba negra

El negro agujero sexual
Y la herida
Se besan
Resisten la palabra
Y nadan en silencio
Mientras los dioses gimen
Y se lamentan

Porque el cuerpo no es suyo
Y danzan en la arena
Con su embriaguez de mercurio

Y colocan cruces
En nuestra carne
Y aman nuestro dolor
Con el que construyen jardines
Fango de palabras azules
Orgia Bacchi

Hay sangre en el jardín del sueño
La Bella Durmiente está en ruinas
La palabra está en ruinas

Hoy se funda la noche
Sobre tu piel
Como un péndulo
Que gotea semen

Los dioses danzan
En tus labios
El mar se come nuestras cenizas

La noche es sagrada
Como el vino
Y la gente busca tu cuerpo
Como un jardín tropical
Hermosa bestia que nació
De mis lágrimas

Los dioses se lamentan
No haberte amado.

El mar
Este sonido triste dentro del corazón
Espacio de inagotable pérdida

Laberinto
De miradas muertas
Carne que es desierto y estrella
Caigo donde ardes
Bajo nubes rojas
Como la herida que hiciste a la piedra

Útero de la noche
Desgarrado vientre de obsidiana
La voz del mar
Monta las olas
Como un oscuro corcel vikingo

Como una niebla
En el pensamiento
En las páginas perdidas de los ahogados
El libro más terrible de la historia
Cuya blancura es un cielo furioso
Y una armadura vacía
Sobre el pecho en ruinas
De Neptuno

En las profundas llagas
De naciones secas
Nadan el plástico
Y los tesoros piratas
Y las vísceras
Que las sirenas usan como carnada

Selvas consumidas por la sal y el azufre
Caen al precipicio
Infinito
Aves de roca cristalina se hunden
En la claridad de sus cabellos
En la densa espuma de su voz
Donde reside el alma
Del mundo.

El amor nos destruye a todos
Democrática
Exquisitamente
Es tortura
Antes que nada
Y es nada ante todo
Pero también
Es lo absoluto
De esa nada queda
De ese todo hueco.

IV
Las moscas

Frente al espejo
Caer de sábado
Mausoleo entre las horas
El ídolo crepuscular

Soy de la tormenta
El hijo negro
El barro
El proyecto de hombre
Cuyo maleficio
Apenas si adivinan los dioses
Entre sus heces
Soy la pus áurea
Y el ciego moscardón
Que levita impasible
Sobre una copa de vino rancio
Del vino que menstrúa
La madera de los olivos
El trágico Getsemaní

Edén del llanto
Donde una sabia mujer
Anuncia
Que el hombre
Es sólo un pito
Famélico
Crótalo oscuro y primaveral

Soy de su estirpe
Lo inútil
Que desciende hacia el azufre
Eterno de la Nada
Hacia las pupilas del infierno
Esa postura del alma
Que nos tienta con sabia
E implacable crueldad

Lo bello yace ahí
En la mujercita que pregona
Angelical
Mientras ancianos babean
Sus tetas de dulce ébano
Expuestas al sol
Como dunas
Y su voz es el mediodía
El lugar más alto sobre el cielo
Patria de cuervos

Su voz consuma lo increado
Mi légamo que es lo menos
Que soy yo
Camino sin huellas
Yerbajo que avasalla la sombra
Escarabajo entre las horas
Soy un poco de vacío
Caído en el cenicero
Entre tabaco y mezcal
Soy un poco lo idiota que confluye
En mi generación

La sangre amontonada
En Palestina
Donde el águila despiadada
Incinera cientos de niños
Con toda la impunidad del mundo

Dios tuerto e inconmensurable
Señor del trinche
Cuyo ojo es un paraíso que órbita
Sobre la Muerte

Dios de dioses
Insignificante amo de todo
Miserable dueño del universo
Torpe arquitecto cósmico
Falo demolido
Por esa voz implacable de mujer
Por ese ángel descarnado
Que ha puesto a arder
Todo lo humano.

Decías que yo era el alma podrida
En tu corazón
Fingías no verme
Y decías que yo era el viento ardiente
En la ventana rota.

Cuando tejí ave nacida de los hombres
Y la nieve de lo imposible
Acompañó la música del beso
Hice de tu cráneo mi copa
Y el feroz musgo en la piedra
Me hizo un corazón
Blanco y nulo
Como el placer olvidado
Pero más hondo que la muerte
Y tus tallos llenaron mis ojos de sangre
Y pétalos

Nuestras sombras
Como ciegos gusanos
Penetraron confundidas
En la tierra húmeda del cementerio.

Yo no soy otro sembrador de luz, otro humanista.
Al mundo le hacen falta sombras, corruptores de calidad.

El lenguaje es un extraterrestre que se contagió de gripe en el cerebro
de las aves. Eso extinguió a los dinosaurios y creó la putería racional.
También hizo estallar al Vesubio y puso metanfetaminas en los labios
de pequeños guerreros Palestinos que han perdido sus hogares
por culpa de Hitler.

VII
La lluvia de granizo y fuego

La sed
Alcohol que llovía
Sobre la nada
Canto de la roca
Al filo del desastre
Y la ruina
El abismo que llaman
Poesía

Hija del excremento
Flor que desgarra la mente
Para unirla al cosmos
Negro viento
Que llaman poema
El más cruel
Cauce del Orinoco
Heces de la cultura
Que se tornan jardín
E porti di pietra
O di legno
Que hace chillar
La carne

El horror que llaman
Verso
Lámpara mental
Dolor sin palabras
Sílabas del vacío
Corona atroz
De pétalos y costras
De mierda

Sangre de un gallo negro
Que corona la nieve
Del volcán
La tumba del fuego
Donde nace el poeta.

Conjuro Nietzscheano contra la mala fortuna:
La Nada es la esposa del Orden
Silencio verde que crece en el estómago
Como flor dionisíaca
Toda hembra refulge
Con una botella de vino

Pájaro cruel
Lamiendo la sombra de los locos
La serpiente de Orfeo
Atraviesa mi lengua
Y se convierte en lluvia
Más pura que la sal y la orina

Desierto oscuro
Donde el leopardo anida
Tu ombligo
Se desnuda
Del mal de ser
Como una llama engendra lilas
Sobre el vacío
De negra armadura
Ausencia que es no tener
En qué pensar

La forma de matarme

Grita la flor que ha besado a la lombriz
Grita el nombre de mi amor
Y el de mi herida

Canto de gusano que anida en mi piel
Como una flor de sangre
Que Dios heredó a la Tierra
Fantasma de cenizas
Que plagia el silencio

De la mano blanca de los muertos
El letargo épico de Zaratustra
Monta a caballo
Los días
Para nada.

Piedras que enlazó al fuego
Mi vida
Espejo en la mirada de la noche
La carne ha de volver
Al cuerpo
En el frío gris de las brasas
La sed
A la memoria
De un alba luminosa

Un silencio donde nadie soy
Late en mi pecho
Entro en una lágrima
Como música arrojada al odio
Y eso que voy a decir
Se muere
Detrás del viento
Donde tiembla el amor
Como una vela en un féretro
Como un animal
Con la máscara de Dios
Como una flor destruida por la tormenta

Detrás de mí está la nada
A la que ladra el poema.

Adherirse al mundo con elegancia, con una delicada melancolía; huir
del compás de los relojes; internarse en lo irreal como en un bosque
sagrado.

X
El ángel exterminador

Kintsugi, la desgarradura convertida en paraíso. En el fondo del infierno
los ángeles hallaron su vocación humana.

Mujeres
Un lago ha nacido
Entre mis piernas
El hombre destruye la poesía
Y un halcón se deshace en el aire

Mujeres
Tras la nieve
Les dejo
El hijo que nació muerto
El hombre errado
Cuyo espíritu danza con Lucifer
En un cuerpo que emergió
Del aire

Mujeres
Que aún deseo
La frágil luz que soy
Se ha comido mi máscara
Mis ojos
Me han borrado el alma.

Una silenciosa declaración de incoherente
realidad
Hastiado de la tierra y el aire del burdel
Entre las flores incapaces de coexistir
En la irresolución estética
De las rameras que advierten
Las amables contorsiones
Entre los árboles y la madrugada

Testimonio de arte
Y onanismo espiritual
Gran alivio entre frases teñidas
Obstinadas
En su faceta sinóptica
Espartana

Breve sobresalto fálico
Incapaz de manifestación verbal
Beatriz en el burdel
La destrucción que se parece
A la locura sobre los guijarros
Arbitraria y horizontal matriz
Cuya música
Hace valer la superioridad de vulgar elocuencia
En sus palabras atropelladas por el chicle y el meco

Su sobria putrefacción
En la belleza y el látex
En la Edad Media posmoderna
Cuyo animismo abruma
Los trenes
El cableado
La telefonía móvil
Sin la que Dante
Hubiera sucumbido a las delicias
Del infierno.

Aúllan bajo el hierro virgen
Los lobos de Hefesto
Los huesos y la carne
Son el fruto de sus cosechas
Cabezas
Yelmos
Lanzas rotas
Y un jardín de vísceras

La lujuria de lo inhumano
Eco de tiempos inmaculados
Cuando reinaba el Diablo
Y Dios yacía borracho en el corazón
De todo lo increado
Extraña orgía
Monstruoso festín de los ángeles caídos
Belleza de una crueldad sabia
Y primordial
Furor de miradas vacías
Hacia el abismo
De lo humano

Lo absurdo
Que disputa el linaje divino

Niños moribundos
En la sombra
En la danza de una flor venenosa
Niños de piedra
Vestidos por el musgo
Negro de la muerte
Como un vaso de whisky
Lleno de cenizas

Como el humo de peligrosas
Ondulaciones sexuales
Como los vestidos de agua
Y perlas
Como dragones con senos de durazno
Como el alarido del fantasma
Idiota
Como mi nombre arrastrado por la tormenta
De las horas
Hacia la Nada.

Corolario de autodestrucción: Debilitarnos por medio de los
pensamientos y liberar las emociones, como quien libera los mastines
para darle caza al ciervo herido.

El placer de la renuncia, el frenesí metafísico en el límite de tu ser,
ahí empezamos a causar dolor, cuando los seres más queridos parecen
fríos y distantes. Donde antes había delicadeza, la futilidad se afirma
como una gran locura que nos liga a la individualidad, al yermo, fugaz y
divino don del amor.

El cordón del deseo en la zarza
Insomnes espejos
Densidad de cenizas
Y humo en tu canto
Somos las preguntas
Que se pegan al techo blanco
Los orgasmos que se ahogan
Entre las sábanas.

El vacío de nadie
De tus ojos
En la oscuridad más desnuda
Me arrojó en el sueño
Que derramaste
Como vino
Sobre tu vientre
El vacío de nadie
Come de tu mano
El veneno y la ceniza
Como piel florecida
En otoñal zafiro
Gema de tu sombra
El dolor que habito.

Todo ángel es en potencia un hombre, por la sola aspiración a ser
tragado por los gusanos con tal de librarse de Aquél a quien debe cada
segundo y decisión. Lo verdaderamente satánico procede de la carne
y no del espíritu.

Leo en las ramas y las hojas
El sonido triste de este incendio
Las ruinas de un laberinto
Cansado de estar muerto
Este coro de gritos
Como rosas lúgubres
Es mi sangre.

Umbral del río
De obsidiana y jade
Aguijona la nuca

De un bocado muere el beso

La cabellera otoñal
Como diáspora de ángeles
Crepusculares vísceras desnudan de sí la muerte

Vergel de topacios y aguamarinas
derramados en la banqueta
Acude el SEMEFO


Cadáver aún mujer
Bajo una fría manta poblada de rubíes
Como sagrado lienzo de mártir
Puta

Esperas tendida con la joyería de tus entrañas
Seduciendo moscas y urracas
Junto a un cuchillo de monte
Y un escapulario negro.

La carne quiere explicar al espíritu. He ahí el principio de la cultura,
del error.

AZAEL
Butho daimón
Serpiente y flor se funden
Un ángel nace.

JISEI NO KU
Cae el relámpago
Las lágrimas se olvidan
Resta morir.

Redacción/SinEmbargo
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